El miércoles 23 de julio de 2025 se presentó La máscara del santo en el Centro para el Libro de la fundación Humanidades.pr en el Cuartel de Ballajá del Viejo San Juan. La poeta Ivelisse Álvarez y el poeta y crítico Efe Rosario compartieron unas palabras antes de entrar en conversación con el autor. A continuación compartimos la intervención de Efe: “La máscara de la tradición”.
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El día que me ofrecieron presentar La máscara del santo junto a Ivelisse Álvarez, moderar la conversación, acompañar al autor y celebrar su novela, me cagué en mi suerte: acababa de guardar cuarenta y seis cajas de libros en un almacén de Atlanta y tenía las horas contadas para venir a Puerto Rico. Entre esas cajas, puedo señalar la exacta: aquella que contiene Litoral: reseña de una vida inútil de Luis Palés Matos, La patografía de Ángel Lozada, la Antología del olvido de Eugenio Ballou y, claro está, el ejemplar rojo de Daniel Rosa Hunter. Lo cuento no por chulerías bibliófilas, sino para hacer hincapié en lo evidente: no tenía cómo rescatar mi copia. Si, como dice Jay Parini, cualquier cosa procesada, moldeada y reconstruida por la memoria es ficción, ¿sería ético hablar de La máscara del santo evocando al fantasma de una lectura que hice hace meses o evocando al espíritu de un libro que descansa en un almacén? Responsablemente, accedí. Quise pensar que este percance no desentonaba con las dificultades que enfrenta el protagonista, por lo que pasé cuatro horas de vuelo convenciéndome de que, en el peor de los casos, mi anécdota funcionaría como apéndice del libro que nos convoca hoy. Hablemos, entonces, desde la memoria o maldigamos unánimemente el caos de las mudanzas y la soledad de los libros.
Cuando leí La máscara del santo, lo primero que pensé fue: ¿qué significan los procesos de lectura y escritura en un encierro que se impone como experimento? Daniel Rosa Hunter, con una voz afilada en la ironía, el tedio, la melancolía y la intertextualidad, nos invita a un texto que es al mismo tiempo diario íntimo, novela disfrazada y ejercicio de desaparición de subjetividades. Lo que más me sacudió —y agradezco ese tipo de sacudida— es cómo el libro desenmascara el gesto autobiográfico: no lo niega, pero tampoco lo sacraliza. El autor sabe que escribir el yo es siempre performar un yo; y que incluso el más privado de los registros está contaminado tanto por lo que hemos leído como por lo que nos han enseñado a escribir.
Generalmente, la educación sentimental es fragmentaria, híbrida, ecléctica, y se combina sin jerarquías claras: desde “[m]i mamá me mima” (vox populi), “[t]o be, or not to be, that is the question” (William Shakespeare), “[y]o sería borincano aunque naciera en la luna” (Juan Antonio Corretjer), “[n]o man is an island” (John Donne), “[y]o no soy yo. / Soy este / que va a mi lado sin yo verlo” (Juan Ramón Jiménez), “[y]o misma fui mi ruta” (Julia de Burgos) y el reggaetón del vecino capaz de disipar cualquier aire trágico, aquí o en Madrid. Debido a esto, la vida —y con ella la autobiografía— ocurre en el marco de una y muchas ficciones posibles, afirmación que el narrador respalda mediante un sinnúmero de referencias literarias —comprobables y apócrifas—, con el fin de socavar toda pretensión de autenticidad.
Dicho eso, me permito un solo spoiler: el protagonista, en definitiva, no es sobrino de Daddy Yankee. Sin embargo, sabe mentir en lo que a citas y parentescos se refiere, haciendo de la fragilidad del yo —y su sistema de firme adhesión a cosas erradas y conocibles— un espectáculo. La máscara del santo nos habla de un individuo que intenta reducir el mundo a un cuarto mal iluminado, que se pone una máscara de luchador para consumar y consumir una identidad. Como lectores, ocupamos ese apartamento con él, y en vez de buscar claridad, aceptamos mirar desde el desvío, desde el titubeo, desde la escritura personal como un espacio de experimentación más que de representación.
En ese sentido, La máscara del santo es también un comentario sobre la literatura contemporánea y sobre los modos de habitar el archivo propio en un tiempo donde todo se comparte, se narra, se especula y se espectaculariza. El libro parece decir: ¿y si no hay nada que ostentar? ¿Y si el diario no es confesión sino montaje? ¿Y si lo autobiográfico es, en el fondo, un juego entre el deseo de mostrarse y la necesidad de esconderse? La novela se une así a una tradición de escrituras en las que el yo es un procedimiento estético más que una sustancia: pienso en Mercedes Halfon, en Ricardo Piglia, en Mario Levrero, en la ficción que se deja atravesar por lo no ficticio. Rosa Hunter añade algo más: la máscara, un objeto popular y teatral que, en este caso, convierte el disimulo en simulacro. Esto da lugar para dos preguntas clave con respuestas tramposas: La máscara del santo, ¿es autobiográfica? Sí. ¿Es autobiográfica? No.
En esencia, la obra es una puesta en abismo de la escritura como forma de vida, entendiendo que esta:
1. No revela grandes secretos, sino que nos obliga a preguntarnos por el artificio que sostiene toda intimidad fabricada.
2. No quiere ser leída como confesión: se ofrece como trampa.
3. El diario que narra no busca autenticidad; provee, en cambio, acceso a un yo fragmentado, repetido, corregido, espectral (como lo son buena parte de las subjetividades de nuestro siglo).
4. La escritura deja de ser un reflejo masturbatorio para convertirse en una serie de interferencias, por las cuales la intimidad —en su sentido más puro— queda abolida, el yo emerge como efecto del lenguaje y la máscara —lejos de encubrir— facilita una deriva hacia la despersonalización del sujeto.
En síntesis, La máscara del santo se nos presenta como reducto de la memoria, laboratorio para la reelaboración de la experiencia y zona de lucha en la que escribir y leer, escribir y reescribir, son movimientos simultáneos, diferidos, múltiples. Y es en esa simultaneidad, más que en cualquier verdad declarada, donde la literatura acontece.
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Efe Rosario (Carolina, Puerto Rico) es escritor y doctor en literatura latinoamericana por la Universidad de Cornell en Nueva York. Entre sus obras destacan Mermar, galardonada con el Premio Nacional de Poesía de Puerto Rico en 2023; También mueren los lugares donde fuimos felices, colección que obtuvo el I Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez de Coral Gables en 2020; y El tiempo ha sido terrible con nosotros, publicada bajo el sello de Ediciones Alayubia en 2020. Actualmente enseña en Atlanta, Georgia, y trabaja en su primera novela.
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