5 poemas de raquel pantojas

fotografía de la huella de un pie en la arena, en el atardecer, tomada por Ever Perez Amara

Fotografía de Ever Perez Amara

De camino a ponchar, una poeta mira el suelo y, de pronto, el día hábil se hace poesía. En estos poemas, Raquel Pantojas transforma la interacción cotidiana en cantera y extrae de ella la sustancia extraña y viva de lo que podríamos llamar nuestra humanidad; la curiosidad que cuaja impresión, la impresión que se torna introspección, reflexión, índice.
— Los editores

Raquel Pantojas (1994, Caguas) es poeta, cineasta y autora de varios proyectos inéditos. Es egresada del Recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico. Ha sido "staff writer", maestra y hasta barista. Durante el día se pone los audífonos de representante en un call center para sustentar sus malabares literarios de noche. Desde el 2024 codirige el proyecto de librería digital Libros Bejuco.


 

5 poemas de Raquel pantojas

Santurce

De camino a ponchar,
Miro el suelo:
Hojas secas;
Piezas sueltas de rompecabezas;
Plástico perdido.
Entre tanto cemento y grietas
Hay una jeringuilla usada
Y plumas blancas alrededor.

En turno

En los escalones
Debajo de un “Open” ennegrecido
Y un “Welcome” azul ven-pa’-quí,
Hay una vida desparramada;
En trance hacia un mundo desconocido y temido.
“Le ofrecemos un vaso de agua,” pregunto.
Pero ¿cómo? si su cabeza descansa sobre el escalón más alto
Y su cuerpo es tela sobre el resto.
“Espera a ver si se levanta,
No sea que reaccione agresivo,” el jefe dijo.

Su boca de pescado muerto.
Su piel miel con moscas pegadas.
Su barba de alambre de púas—
Metal mohoso de no-eres-bienvenide-aquí—
Su ropa triste por olvidada
Y su aliento como el vaso de vida
Que nunca le di.

Un Hemingway, por favor

Dolly Dutch
Disfrazada de
Bang! Bang!
Son tres pumps
De lemon tea
Para manifestar el
Man’s man
En un vaso de 16 onzas con hielo.
Sorber una escopeta en la cabeza
Como el padre, los tíos, abuelos…
Tragar una esposa que se las saca de las manos,
En vez de ponerla
Como Fweetie le hizo al padre.
Es agrio escupir
Locura sana
Después de vestirse como nena
E imitar bien a los hombres de caza.
De ahí el juice
Elixir de mujeres que juntas saben amargo,
para escribir,
“I Bang Bang”
Fweetie, la madre perra,
“I Bang Bang”
Después de electrochoques,
Después de aviones estrellados,
Después de dos guerras,
Después de aceptar ser hombre,
Después de huir de chaperones ladrando,
Y camas de hospital,
“I Bang! Bang!”
La cabeza
Y se desparrama todo el juice

En este mundo,
Después de un disparo en la cabeza,
Solo queda el cartucho de escopeta,
El cascarón de hombre
Sin cabeza…
Que ahora sirvo como té frío
A $4.50.

Latte grande

Entre su disfraz de nieve interminable
Y sus ojos poseídos
Por el verde gringo,
Me mira los tatuajes.
Y pregunta si voy a “get more flowers?”
Y le digo que sí, “how did you know?”
Se ríe con un ton-sabelotodo
Desde su cabeza montaña
Y su torso nación.
Y con mi son de trágame-tierra-y-no-me-vuelvas-a-parir,
Le contesto un “It’s addictive”
Como si fuese mi billete de cinco
Por servirle.
“Now, don’t go overboard.”
Y la orden entre risas.
Mis “I won’t. I won’t” de tonta ser;
Tinta lila que se deshace por ser niña y negra y domesticada para sobrevivir hush calladita…
Por propina…
Esa amenaza vestida de consejera.
El silver fox dictando sobre su presa
Cuántas cicatrices debería tener antes de…
Bato mis alas para dormir otra vez en el palo enfermo de mangó,
Contando mis bellas líneas cicatrizadas en el plumaje de presa;
Recordando la sonrisa zorruna
De mi cazador, advirtiéndome;
Que no me ponga más flores en la piel,
Porque entonces voy a ser fácil de reconocer.

Después de ponchar

De camino a casa,
Me detienen el paso las trinitarias
Que volvieron a crecer
Al compás de flores silvestres
Que nacen entre concreto roto,
Los tantos pedazos olvidados de ciudad.

Ante mi auto de hueso y piel,
Mis ojos ruedan sobre el asfalto
Como llaves escapando de mis metales manos.
Mis dedos flotan en el aceite olvidado de los autos
Las uñas nadan en el tornasol
Afán de encontrar esos viejos ojos.

Empieza a llover negro entre mis piernas,
Y un lucero muerto se posa en la cuenca del ojo
La risilla verde de las trinitarias me suma fragmentos libres del cuerpo.
Transformada ya en cárdena
No debo retornar al baile de los autos.
Sembraré mis gélidos pies en herrumbre
Lameré las heridas que dejan los trabajos
Creceré de nuevo
Aún rota y arrancada
En el regazo de las trinitarias
Que persisten en renacer.

Fotografía de Ever Perez Amara