nota de los editores al #9

El noveno número de La pequeña casi que viene con un itinerario.

Nos da la bienvenida Raquel Pantojas, una novísima poeta cagüeña que apareció en nuestro inbox ya formada. De camino a ponchar al trabajo, la poeta mira el suelo y, de pronto, el día hábil se abre al verso. En estos poemas, Raquel transforma la interacción diaria en el espacio laboral en cantera y extrae de ella la sustancia extraña y viva de lo que podríamos llamar nuestra humanidad, que no es sino la curiosidad que cuaja impresión, la impresión que se torna introspección, reflexión, índice. Expuesta a las pequeñas batallas de la "industria del servicio", la poeta aguanta, negocia, brega, e intenta escabullirse, pero igual termina drenada, reducida a cascarón. En su regreso al carro, exhausta, se tropieza con unas trinitarias, "que volvieron a crecer / al compás de flores silvestres / que nacen entre concreto roto" y, después de un breve desaliento, refuerza la mirada, y afirma casi un mantra: "Lameré las heridas que dejan los trabajos / Creceré de nuevo / Aún rota y arrancada / En el regazo de las trinitarias  / Que persisten en renacer".

Tras salir del trabajo y echarnos encima algún tapón, llegamos a la casa y allí, nos aguarda la crónica, híbrida como todas, que nos comparte Juan Carlos Rodríguez, en la que el cronista se extraña ante el suceso siempre insólito de la convivencia con otra especie—en este caso con el titular perro, Oreo—. Juan Carlos confiesa: “No puedo entender que los perros tengan 3 y 21 años simultáneamente, que su infancia y joven adultez coincidan en una misma edad que se desdobla”. Y así, comienza una breve reflexión en la que el autor observa tanto al animal con el cual de pronto cohabita, en toda su extrañeza, como el proceso a través del cual la presencia canina se afinca en su rutina y deviene cariño, sin por eso dejar de ser enigma, secreto. 

En el secreto, hallamos la poesía de Kenneth Cumba. Pero no decimos esto porque se nos esconda algo en ellos, sino porque los de Kenneth son poemas de sedimentación poética. Aparece primero la palabra y, poco a poco, surgen imágenes que, más densas que el lenguaje, se separan de éste y van cuajando escena, atmósfera, emoción, y, de pronto, lo que tenemos entre las manos es carne viva que late y nos convida. Es un proceder contrario al de Raquel, en el que son las cosas del mundo las que jalan la mirada y catalizan el proceso de conjugación que deviene verso. En los de Kenneth el mundo tiene sus cosas, claro, pero entre estas y la voz poética, está la lengua, viva y deseante.

 "La lentitud es quizá la forma más rápida de prestar atención", nos dice Beatriz Llenín Figueroa, como si comentara a Raquel, Juan Carlos y Kenneth. De cierto modo lo hace: "Aquí había una playa" es una reflexión crítica, poética, teórica, visual, también sobre el deseo, sobre los espacios que habitamos, sobre la dura materia del día a día. En esta crónica-ensayo, Beatriz nos cuenta sobre cómo salió un día a buscar la playa Peña Cortada en Mayagüez, acompañada de amigas y fotógrafas,  y cómo lo que halló fue la escena de un crimen. ¿Cómo se mata una playa?

La respuesta a esa pregunta es complicada, y Beatriz la responde cuidadosamente. Pero para hacerlo, no se limita a lo que puede la palabra. De esta manera ofrece otra coordenada más contra las cuales comparar las poéticas de Raquel y de Kenneth. Aquí, está la palabra y está también la imagen fotográfica—obra de Adriana Mangones Cervantes y Ever Pérez Amara, y de la autora—, tan privilegiada aún como registro de la verdad. El número también cuenta con una fotografía de la artista nibia pastrana santiago, un imagen de portada dd MJ Tangonan (Mar Chiquita), y otras varias de de Sirisvisual distribuidas por Unsplash.

Trabajo, casa, carne, y playa. Agotamiento, extrañamiento, encarnamiento, y explotación. Por ahí una descripción del mundo.

Agradecemos a Raquel, Juan Carlos, Kenneth y Beatriz por estos preciosos textos y los invitamos a ustedes a la lectura.

Juanluís Ramos y Sergio Gutiérrez Negrón

8 de abril del 2024