Las palabras introductorias de los primeros números de las grandes revistas literarias suelen articular sendas metas o suelen insistir en lo que entre sus páginas habla de ruptura, de giro de tuerca, de puño a la boca del estómago. Sin embargo, a pesar de nuestra admiración por ellas, La pequeña no busca participar de tales gestos; es un proyecto mucho más humilde, mucho más terrenal. Aspira, con suerte, a entablar una conversación a cámara lenta— una conversación plural, de tres en tres—que quizás, a la larga y con suerte, llegue a decir algo. Por lo tanto, La pequeña es, como pueden ver, una revistita literaria virtual sin mucha fanfarria. Por el tamaño de este número y los que le seguirán, quizás podría decirse que es y será más un proyecto de curaduría literaria que una revista al estilo de las muchas otras que la han precedido. La intención es sencilla: publicar cuatrimestralmente a tres autores, unos más o menos reconocidos que otros, pero todos de calidad, todos poseedores de eso a lo que se le viene llamando por demasiadas décadas ya “una voz” o “un estilo” propio. Es decir, lo que busca es ofrecer y ocupar un espacio para, luego, cederlo a terceros.

Este primer número lo abrimos con la participación de Elidio La Torre Lagares, Sergio S. Martínez, y Ana Teresa Toro. Elidio inaugura la revista con cuatro poemas duros, escritos desde un después del deterioro. En uno de ellos, “Santurcesutra”  una voz poética ofrece un canto a los suyos, a la “cizaña que estropeó el trigo”, a la “posibilidad negada, la antología censurada, mitad del gusano que se queda en la guayaba”. Es una canción escrita desde los afectos tristes que llega a sus últimos versos dejándolo a uno con el deseo de que exista, realmente, la comunidad abyecta a la que se le dedica. Los poemas que le siguen retoman el hilo y completan un tejido sobrio que bien pudiera llevar el título de aquella primera novela que Manuel Abreu Adorno dejó inédita al morir, Elegía para Eleanor Rigby.

Acto seguido, tenemos tres poemas de Sergio S. Martínez que se han publicado anteriormente en otros medios, pero que pensamos aptos para entablar un diálogo con Elidio. Lo de Sergio parecería ser una poesía que se escribe a la luz de la lumbre, a pasos ligeros que intentan no dejar huellas en las cenizas. A uno de nosotros, por lo menos, el poema Flamboyán le pareció ejemplo de aquella ternura melancólica a la que llegó el poeta estadounidense C.K Williams en sus últimos años.

Finalmente, cerramos no con un cuento, como pensamos originalmente cuando visualizamos este primer número, sino con una crónica sobre una pelea de boxeo a manos de Ana Teresa Toro, quien el sábado 15 de marzo del 2014 se descubrió en el Coliseo Rubén Rodríguez de Bayamón, cubriendo para El Nuevo Día una batalla entre el puertorriqueño nacido y criado en Filadelfia Danny García y el mexicano de California Mauricio Herrera. En la crónica, Ana Teresa hace que los golpes resuenen aún a dos años de la batalla, y como todos los narradores que en algún momento u otro se han visto atrapados por el deporte, para esta cronista los puños hacen a los cuerpos hablar y ella tiene la increíble capacidad de escuchar lo que dicen—, como cuando observa, de pasada, que “sangrar y sudar no es poca cosa”, porque “[c]uando el cuerpo se hace líquido es porque algo ha pasado”.

Cabe mencionar que el cuarto poeta, ausente entre las líneas, es Rubén Ramos, autor de las fotografías que le dan forma a este primer número. Es su mirada la que hace posible que los poemas de Elidio contemplen a una ciudad falseada, que los de Sergio visualicen la candela, y que la crónica de Ana Teresa la hallemos colocada allá afuera, en el verdor de un mundo natural que sirve de cámara de resonancia en la cuál aún podemos escuchar los jadeos de los púgiles.  

Sergio Gutiérrez Negrón y Juanluís Ramos.
7 de febrero del 2016
Oberlin, OH / Bayamón, PR