Transfiguración en la Calle Georgetti bajo el influjo de la luna, un cuento de Juan Carlos “Bruno” Quiñones

Hay lugares en los que el imperativo empático se agota, y priman categorías más oscuras, moralidades animales. Es en esos lugares donde reside gran parte de la ficción de Juan Carlos Quiñones. Y no solo lo decimos por el cuento que cuenta “Transfiguración”, sino porque la misma voz que lo narra, que lo escribe, se ofrece de testigo porque alguien ha de hacerlo, y se disfruta el juicio y sentencia que leemos, y admira la proeza de la protagonista Denise, secreto ecuánime de la noche.
— Los editores

Juan Carlos Quiñones (Río Piedras, 1972) ha publicado las novelas Adelaida recupera su peluche, Bar Schopenhauer, los libros de prosas Breviario y Todos los nombres el nombre, y la novela infantil El libro del tapiz iluminado. Junto a la artista Dafne Elvira ha publicado los libros de arte Almanaque Indestructible y Libro de Cuentas/Almanaque Carmesí. Su obra ha sido reconocida en los certámenes del Pen Club de Puerto Rico, El barco de vapor, y el Instituto de Literatura Puertorriqueña. 


 

Transfiguración en la Calle Georgetti bajo el influjo de la luna

Y sus largas uñas con olor a muerta claváronse en el rostro que tenía más próximo (hasta que saltó la sangre, y desaparecieron las sonrisas).

“Purificación en la calle del Cristo” de René Marqués

Aquí tienes, perra. Te los ganaste. Esto le increpa esta desgracia de hombre que pronto dejará de ser hombre a Denise, esta mujer que no siempre lo es y que pronto dejará de serlo. El tipo profiere estas palabras al mismo tiempo que le tira unos pesos en la cara. Los billetes revolotean por la atmósfera húmeda del cuartucho, murciélagos verdes aleteando y levitando mecidos por los resoplos chongos de un abanico de techo cuyo movimiento lento y rechinante da ganas de llorar. Whoosh, resopla el abanico que se marea colgando del techo, un sol de aspas metálicas practicando un tajo redondo y continuo en la piel invisible del aire.

Esos billetes son la paga por un placer que aquél miserable no había conocido nunca ni conocerá jamás en lo que le queda de vida, que ya no es mucho. Luego de haberse venido, este desgraciado se va del mundo para no volver.

En alguno de los edificios desastrados que acostillan la calle Georgetti hay un putero. Ha estado allí desde dios sabe cuándo, y dios no existe. Su nombre actual es un enigma, ya que cuando alguien lo va a mentar -de referencia o advertencia ominosa- siempre utiliza la frase “…el que antes se llamaba…”, obligando a la memoria a remontarse hacia un pasado incógnito, abandonando el presente al dominio de la incertidumbre. En esas conversaciones lúgubres y lujuriosas nunca se menciona el porvenir, porque queda sobreentendido que el futuro —como dios— no existe. A este antro vienen las putas de este mundo y de los otros a satisfacer las ansias, los desesperos y los temblores de seres y de monstruos y de gente como tú y como yo. De vez en cuando, se cuela un hijoeputa como Arroyo. De cualquier malla…canta Cheo. Pero a otra perra con ese hueso. Esta noche la luna plena no querrá que los agravios de este ratón resulten impunes. Arroyo se puso bruto y se metió a insultar a la perra equivocada.

*

Nombre de guardia correccional, Arroyo. Tipejos como aquél no hay ni muchos ni pocos, pero ya con uno hay demasiados. Crueles, insolentes, abusadores, temblorosos de miedo, desalmados con lengua embadurnada en mierda amarilla de gato. Capaces de lo peor, los Arroyos de este mundo son lo peor de la especie. Arrrrrr… como gruñido de animalejo con olor a que está a punto de morirse. Esta noche -con los favores de Denise- a este de apellido Arroyo le tocará la amarga suerte de convertirse en nadie de mala manera.

Hoyo, como aquél en el que casi siempre terminan.

*

Perra. A Denise se le cuajan por dentro la risa y la rabia. Se le mezclan viscerales formando un caldo dulce y tóxico cuando escucha pronunciada aquella palabra, volviéndose ingredientes de una misma sustancia. ¿Cómo fue que tú me dijiste, cabrón?, le pregunta Denise al tipo suavemente –casi con ternura– justo antes de zarparle el primer arañazo a la cara. La exquisita ironía de este pretendido insulto nunca cesa de asombrarle y fascinarle a Denise. No era la primera vez. Si ellos supieran…suspira resignada, encabronada y sonreída Denise mientras le lanza otro arañazo inhumano que le cruza el pecho al tipo, saltándole la sangre al rostro rajado, a las sábanas recién estrujadas y sudadas, a las paredes del cuartucho dónde han venido a hacer negocios carnales Denise y este soplapotes. Se ve que no conoces… Las uñas de Denise se le han crecido descomunales bajo los influjos licantrópicos de la luna. Por sus agites, sus dreadlocks son una vorágine de furia fustigando el aire viciado del cuartucho.

Las noches de luna llena como esta, Denise es una hermosa mujer de pieles negras y tatuajes garabateados en lenguajes indescifrables. El resto de las noches, ella es una perra sata de pelaje negro y lustroso que recorre el pueblo de Río Piedras husmeando el aire, en busca de aquél que la mordió una vez marcándola para siempre y sometiéndola a este régimen cíclico de transformación. Hasta entonces, Denise putea, perrea y ajusticia soplapotes cuando es necesario.

Como es el caso en noches como estas.

Zas. Denise le ha atravesado la barriga al soplapotes con sus uñas inhumanas y las tripas se le han desbordado por aquellas grietas hondas, anchas, paralelas como las rayas de una partitura musical. Brillantes, olorosas y gravitacionales, las tripas se le derraman de la barriga por aquellas hendiduras como las notas fofas de una sinfonía barroca. El hijodeputa las mira asombrado, descreído de su reciente y olorosa evisceración. No lo escucha, no se puede escuchar a sí mismo, pero está chillando–quién lo diría– como una perra en celo. Y el abanico whoosh whoosh, y lo último que piensa este cabrón antes de retirarse con violencia de este y de todos los mundos posibles es ¡puñeta, mis tripas brillan en colores violáceos, rosados y fosforescentes como las auroras boreales que levitan en el cielo de la noche plenilunia riopedrense!

*

Aunque no era cierto. Mala mía, incauta entidad, monstruosidad o persona que me lee. Te estoy cogiendo de pendeje. A eso nos dedicamos los cabrones que escribimos. Nunca hay que confiar. ¡Ay! En su final, el tal Arroyo no piensa nada. Hay un chasquido como de estática radial, gris y un dolor físico inefable. Un sufrimiento ardiente e insoportable sin igual. ¡Si se ha mordido la mejilla izquierda por el tejido epitelial interior con tal fuerza que se lo ha pasao de lao a lao como un bacalao! Sin querer ha empujado su lengua por la herida hacia afuera. Parece como si le hubiera nacido otra boca pequeña y terrible en el cachete. Un final monstruoso, y ya.  La que piensa ese hermoso paralelismo entre las tripas relucientes de Arroyo y los cielos fosforescentes de la noche lunática es la fiera cogitante en que se ha transformado Denise, que levanta la cabeza hacia el techo del cuartucho y ladra, sus dreadlocks chorreándosele por la bella espalda como los tentáculos letales de una medusa. Ella baila una cruel coreografía, remando con el brazo izquierdo extendido cuan su largura desde atrás ejecutando un barrecampo con la mano abierta, sus dedos terminados en cinco finos filos. ¡Zas! Blande su brazo largo, negro y atravesado de tatuajes como quien propina una bofetada a un amante ofensor o pasa las páginas de un libro enorme, y la cabeza de Arroyo rueda por el suelo de linóleo dejando a su paso un rastro viscoso carmesí. Su danza carnicera es tan cruenta, tan bella y tan intensa que es un escándalo sexual. Denise se viene. ¿Puedes verla, así desbordada de éxtasis? ¿Te vienes tú?

*

¿No? Pues míralo a él. Contémplalo ahora tú como se contempla él. Ahora yace para siempre espatarrado, descabezado, destripado y desnudo en el suelo de linóleo. Horriblemente, lo último que ven sus ojos desbocados es su propio cuerpo en ese estado atroz. La visión final que le impone la distancia de su cabeza desprendida es la de su propio cuerpo destasajado allá. Rodó por el piso de linóleo como una pelota de boliche, ¡¡su cabrona cabeza!! Ay. Es un dato sabido que el sentido de la visión persiste unos segundos después de la decapitación.  Por eso, junto a su cuerpo desmembrado, Arroyo pudo ver también su bicho chiquitito ahora como una oruguita tierna y encogida, cercenado y tirado en el piso. Denise no se olvidó de amputárselo-snap- pillándolo entre las uñas bestiales de su pulgar y su índice izquierdo y apretando. ¡En vivo y a todo color! En una barra de mala muerte de Río Piedras suena un bolero de Sylvia Rexach.

Que poco tú has vivido… Denise se viste con calma. La sangre morada que salpica y moja su piel negra será un secreto entre ella y la noche sin testigos. Recoge los billetes verdes pegados al piso de linóleo. Esos billetes también están manchados de sangre, pero de noche todas las perras son pardas. Tuvo la razón Arroyo. Esta noche se los ha ganado con creces. Esta perra no volverá a pisar los linóleos de este putero jamás, y al cabrón de Arroyo se le acabaron los improperios para siempre. ¿Y entonces?, interroga la voz desafiante de Sylvia en la vellonera lejana mientras Denise baja las escaleras del putero y se lanza por la calle Georgetti rumbo a la Plaza de la Convalecencia olfateando el aire oscuro de la noche y meneando su rabo invisible. Arriba en el cielo, la luna llena impone su designio sobre las mareas y los mortales susceptibles de la tierra. Abajo en esa tierra, un ladrido triunfal se escucha descomunal por las calles de Río Piedras. Erguida en sus patas traseras bien formadas, una perra maldita persigue su venganza.

Las fotos las tomó Philipp Klausner y se distribuyen en Unsplash