cuatro poemas de aparato de poemas de alejandro medina

La poesía de Alejandro Medina también enfrenta la trashumancia del primer envejecimiento, pero lo hace de pecho y encontrándole placer a la fuga de colágeno, a la incipiente calvicie. En ellos hay un deseo encarnado que se sabe finito, pero no por eso menos deseante. En ese sentido, ofrecemos aquí cuatro poemas que nos proponen una ética (o tal vez una erótica) que nos muestre—y aquí parafraseamos a Medina— cómo hacernos la frontera que lune de salto una amapola, cómo mudarnos, ombligarnos, obligarnos a ser sable en la maleza.
— Los editores

Alejandro Medina Colón (Corozal, 1989). Ha publicado cuatro libros de poesía: Al cigoto (2014), Halorizonte (2016), El fuego y la palmera (2018) y La aleación (2019). Su trabajo ha sido incluido en revistas como Low-fi ardentía, Cráneo de Pangea, y Trasunto y en antologías como Mundo musgo: muestra de poesía joven puertorriqueña (2015) y El libro de la promesa (2016). Actualmente realiza estudios de maestría en Producción Editorial en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos en México.

cuatro poemas de aparato de poemas

treintena

La edad voló en armonía, azul
llegó la calva de los treinta,
que son de verse como el cubo,
encerrado, sudando, donde quiera.
    Diez veces el estribo
estira el freno del galope,
la alfombra color carro,
rojo semáforo de fósforo,
que fuera flama del arroz
quemando la hojalata,
tiniebla del alma con fosfato,
al estar triste.
    La gaza de la sal reseca
los ombligos del tronco y la raíz.
El apuro del molde
revuelca asechándole la sombra  
de una asíntota que vuelve,
estrella que vuela recién hecho
arlequín que cómodo nos habla
del plástico y su tregua.
    Hay un atrecho estrecho,
un atajo a entibiar pieles
con dura lava de volcán
que prenda la caricia,
esa delicia de un ser enamorado
que apenas recorre la tristeza
del páramo que hiede como carne
de un valle peludo que se pudre.


de 1 en 1 

Tengo que hacerme la frontera
que lune de salto una amapola.
Volver a tener como el rocío
una piel que brille a la mañana
el sol que levanta la rocola
del mundo cuando gira,
aunque crea perdida la razón.
    Es la magia como quiera,
la ventisca de la sala, lo que vuelve:
mi sed de almidón,
el árbol y la red en nuestro patio
mi doble talla de eucalipto.
    Tengo que hacerme territorio,
imperio de lija y de pared,
de amor más duro
de polea en carro de motor.
Máquina de mí, que salve,
de micro en macro, el mundo,
que munda mudándose de piel.  

Me mudo, me ombligo,
me obligo a ser de sable en la maleza.
Corto los cables que me amarran
y soy la pancarta que se libra.
    Me voy por la libre.
Recupero desierto
la humedá del coco que se infla
y majo la sed con el cemento.
    Monstruo monstruoso que no paro
de parir este yo de sal, sin egoísmo,
que salvándome yo también te salve,
que salvándote tú también me ayudes,
sin dejarnos solxs, mutuamente.
    Unx primerx de lxs dos,
unx de todxs lxs tercerxs,
hasta que ya no quede nadie que no salve,
hasta que salven todxs el planeta,
la meta del roble en que se une
la madre del mundo a recibirnos. 

 

el sueño del que sueña

Hace rato que no llueve por la noche con frío que no quema, y el sentido que todo de nuevo nos promete, nos termina ultimando, clamando la sed por lo perdido.
    De noche, si no llueve, lloveremos nosotrxs con palabras haciéndonos caminos, pedales por piedras y pieles y cuerpos por pedazos, para que fueran la fuente y lo descalzo que es lo empobrecido.
    Es de noche y la persiana espera que miremos a la sombra minada por la niebla. –¿Qué es lo que tú quieres que yo diga?, ¿no ves que nos vamos quedando separadxs?
    Febrero es nevera lo frío de los muebles y se viene acabando la bebida que fuera del dos mil con dos parejas de redobles. Lxs dos que comen la costra de los nudos, con dos parejas de rebeldes, liberando la red de los que pescan, como pescan los sueños los ojibwas amarrando la pluma con cordeles.
    Esto se queda respirando y ya no sé si sabremos entenderlo, pero qué sentido tiene conocerlo todo es aburrirse. Es mejor saber lo poco que se sabe, para seguir sabiendo, saboreando el sabor del que sabe que se ríe alegre del mundo en una vela que quema velándose los ojos.
    La ventana nos separa por un pelo de la noche y en la noche la lluvia se hace cuerpo de la casa, se hace canasta del sentido. Ahora miramos y creemos que viene a decirnos luz cuando los truenos, que quiere sabernos la sonrisa, como beberse la risa por los dientes, que quiere la noche saborearnos –no te hagas, tú lo sabes, no me lo niegues, como que ahora llegues para que así nos deje de llover con hipotermia, sobándonos la piel, las ilusiones del sueño que nos sueña atrapados por el atrapasueños de otro tipo que se duerme, mientras oímos el ruido de las gotas multánimemente derramadas, sobre las hojas del monte, paradxs nosotrxs y mirando, mientras somos el sueño del que sueña.


verde espera

Afuera es perpetua la esperanza
que afirma la espuela que defiende.
Por eso esta guerra descendiente
se quiere quedar con lo que avanza.
    Pero no nos vence la garra
y lo que alcanza
la mochila del mundo cuando extiende
su cuerpo de roble que no hiende
es voluntá de nosotrxs frente al hambre.
    Afuera la luna como lanza
se alza
queriendo del mar lo troglodita.
La esperanza azul de la marea
es madera de mata humedecida,
sobre estrella,
ladera de lucro incorrompido.
    Pero bien que con óxido se cura,
pero vientre de ónix bajo llave,
bajo tierra, cofre de muerte, resucita
hasta ser en la noche carne breve,
cartílago suave, claudicante nunca,
de nosotrxs el hierro renovado
color que de cuerno se traspasa.
    El cuero se pinta de colores
y la carne de nuevo se horizonta.
La verde espera es esperanza,
y llano lxs monxs que se abuelan
repiten el cántico que asoma
brillo con bálsamo de aurora
que repite de nuevo su otra vuelta.